Es muy triste que, precisamente, algunas terapias concebidas
para ayudar a las personas a sanar, causen un efecto, cuando menos, no deseado.
Muchos pacientes se sienten culpables por no haber sabido
gestionar tal o cual emoción, esa que les llevó a enfermar. Otros tantos entran
en una rueda de interminables terapias, entre ellas la de querer cambiar, a
toda costa, sus formas de sentir la vida y responder a ella para que no les
vuelva a ocurrir lo mismo. Tristemente, al final, cansados y llenos de temor,
están más estresados que al principio por no poder revertir el proceso que les
llevó a enfermar, tal y como prometían tales terapias. Lamentablemente, en
muchos casos empeoran.
Se lucha contra la enfermedad y se pretende alargar la vida
cueste lo que cueste, pero se está cometiendo el error de olvidar lo que es
ACOMPAÑAR a las personas para paliar el sufrimiento, fomentando la salud
emocional, humanizando los protocolos de intervención y, así, poder contribuir
a una posible recuperación, sobre todo desde un lugar más amable, menos
encarnizado y mucho más cuidadoso con la vida de quien necesita ser atendido.
El cuerpo de una persona relajada tiene muchos más recursos
para regularse y recuperarse que el de una persona en estrés. Esto también lo
sabemos todos los que contemplamos estos escenarios marcados por la enfermedad
y el sufrimiento. Si esto no lo cuidamos, estaremos faltando a algo muy grave.
La vida, además de la salud y el gozo, también contiene
enfermedad y sufrimiento. Con la mejor de las intenciones (de eso no me cabe
duda alguna), se intenta evitar la enfermedad y retrasar la muerte, llevando a
los pacientes a un campo de batalla del que no van a saber cómo entrar, y mucho
menos cómo salir para combatir un síntoma, olvidándose de ellos mismos en ese
tortuoso camino. Esa, para mí, es la parte más triste. Pero también podemos
contribuir para cambiar las cosas.
Siempre me he preguntado si no será nuestro propio miedo a
enfermar y morir lo que estemos proyectando en nuestros pacientes maestros, y
con ello estemos pretendiendo aliviar nuestro propio sufrimiento. Quizá sea
momento de reflexionar para intentar, al menos, no perjudicar más.
Como acompañante,
siento que es el momento de invitar a descartar esa idea romántica de
poder salvarle la vida a alguien. La vida no necesita ser salvada, sino vivida.
Y, si hemos de incidir en la vida de una persona enferma, que sea, sobre todo
aliviando, escuchando, ofreciendo espacios/momentos en los que ellas puedan
expresar sus miedos e inquietudes, sus deseos y esperanzas, procurándoles más tranquilidad y menos
estrés, más claridad y menos ambigüedad, más amor y menos interés.
El Amor siempre es la mejor medicina, aunque aparente estar
pasado de moda.
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