3 de diciembre de 2020

Reflexiones de una acompañante

 


Que toda enfermedad tiene una dimensión emocional lo sabe cualquier profesional que haya mirado a sus pacientes más allá del síntoma o conjunto de síntomas que presente su cuerpo.

Es muy triste que, precisamente, algunas terapias concebidas para ayudar a las personas a sanar, causen un efecto, cuando menos, no deseado.

Muchos pacientes se sienten culpables por no haber sabido gestionar tal o cual emoción, esa que les llevó a enfermar. Otros tantos entran en una rueda de interminables terapias, entre ellas la de querer cambiar, a toda costa, sus formas de sentir la vida y responder a ella para que no les vuelva a ocurrir lo mismo. Tristemente, al final, cansados y llenos de temor, están más estresados que al principio por no poder revertir el proceso que les llevó a enfermar, tal y como prometían tales terapias. Lamentablemente, en muchos casos empeoran.

Se lucha contra la enfermedad y se pretende alargar la vida cueste lo que cueste, pero se está cometiendo el error de olvidar lo que es ACOMPAÑAR a las personas para paliar el sufrimiento, fomentando la salud emocional, humanizando los protocolos de intervención y, así, poder contribuir a una posible recuperación, sobre todo desde un lugar más amable, menos encarnizado y mucho más cuidadoso con la vida de quien necesita ser atendido.

El cuerpo de una persona relajada tiene muchos más recursos para regularse y recuperarse que el de una persona en estrés. Esto también lo sabemos todos los que contemplamos estos escenarios marcados por la enfermedad y el sufrimiento. Si esto no lo cuidamos, estaremos faltando a algo muy grave.

La vida, además de la salud y el gozo, también contiene enfermedad y sufrimiento. Con la mejor de las intenciones (de eso no me cabe duda alguna), se intenta evitar la enfermedad y retrasar la muerte, llevando a los pacientes a un campo de batalla del que no van a saber cómo entrar, y mucho menos cómo salir para combatir un síntoma, olvidándose de ellos mismos en ese tortuoso camino. Esa, para mí, es la parte más triste. Pero también podemos contribuir para cambiar las cosas.

Siempre me he preguntado si no será nuestro propio miedo a enfermar y morir lo que estemos proyectando en nuestros pacientes maestros, y con ello estemos pretendiendo aliviar nuestro propio sufrimiento. Quizá sea momento de reflexionar para intentar, al menos, no perjudicar más.

Como acompañante,  siento que es el momento de invitar a descartar esa idea romántica de poder salvarle la vida a alguien. La vida no necesita ser salvada, sino vivida. Y, si hemos de incidir en la vida de una persona enferma, que sea, sobre todo aliviando, escuchando, ofreciendo espacios/momentos en los que ellas puedan expresar sus miedos e inquietudes, sus deseos y esperanzas,  procurándoles más tranquilidad y menos estrés, más claridad y menos ambigüedad, más amor y menos interés.

El Amor siempre es la mejor medicina, aunque aparente estar pasado de moda.

No hay comentarios: