Durante años y, con las mejores intenciones, hemos estado "ocultando" la muerte y la enfermedad a nuestros niños y adolescentes para protegerlos del sufrimiento.
Nos daba la sensación de que "algo" se podría quebrar en ellos y les arrebataría su preciosa inocencia de un único golpe. Pero no nos dimos cuenta de que, al ocultarlo nuestros preciosos niños se podrían confundir aún más y que ello podría generarles más duda y, por ende, más miedo y angustia.
Reflexiono sobre esto y me doy cuenta de la cantidad de personas que viven con angustia sin saber por qué. También dedico un pensamiento a aquellas personas que viven sometidas a distintos tratamientos para paliar la ansiedad que, desde algún momento de su infancia o juventud, ha estado presente en sus vidas. Ansiedad que, sin duda, interfiere en su bienestar.
Como ser emocional que soy, me permito incluir, aquí mismo, un cálido abrazo para todas y cada una de ellas.
Cuando indagamos en los procesos vitales que generan angustia, siempre hay un miedo de fondo que está latente y escondido detrás de otros miedos; al final ese miedo se hace figura, y no es otro que el miedo a la muerte.
Es bueno tener miedo, porque nos protege del peligro, y también existe la ansiedad generadora, que no nos impide vivir nuestro día a día porque está relacionada con las tan consabidas "mariposas en el estomago" que aparecen cuando estamos creando algo importante. Pero este tipo de ansiedad es puntual, no desgasta, y más bien nos impulsa a ir hacia aquello que queremos.
Sería maravilloso ofrecer herramientas para que las generaciones venideras vivan libres de esos procesos tan limitantes.
Desde el amor, la atención y la comprensión que me acompañan, abro un espacio seguro para abordar posibles soluciones que, estoy convencida, cambiarían el rumbo y podrían contribuir a crear un mundo más amable.
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