La vulnerabilidad es esencial en la naturaleza humana. ¿Por qué, entonces, tenemos que enmascararla, disfrazarla y hasta encerrarla con varios candados, en la vida de todos los días?
Precisamente, porque nos sentimos demasiado vulnerables aprendemos muy temprano a protegernos con una máscara que nos permite una distancia del mundo. En nuestra cultura, hasta la palabra suena peyorativa; vulnerable es alguien sin poder, fácil de herir, fácil de sacar del medio.
Sin embargo, hay otra lectura de la vulnerabilidad básica, esencial, ese centro sensible, blando y receptivo que escondemos cada uno de nosotros. Su respuesta natural es la gentileza, la ternura, el amor, la compasión. Sólo la desnudamos frente a lo menos amenazador.
Los budistas describen el ejercicio y la función de esta vulnerabilidad básica como "corazón tierno" o "corazón abierto", un estado de crecimiento personal en el que se alcanza enorme poder. Para asistir, para curar, para amar. Para tirar las barreras que nos separan de otros seres y para unir adentro de nosotros partes fragmentadas.
En la mitología griega, Cupido, el amor, se representa con arco y flecha. Sugiere el poder de traspasar con la flecha corazas protectoras y tocar la vulnerabilidad. Esto significa tocar nuestra verdadera naturaleza y nuestros verdaderos sentimientos.
También, como terapeutas, sólo podemos asistir a alguien si somos vulnerables a su persona.
Marcela Miguens
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